El Jardín de las Delicias

Grande habrá sido la impresión del rey Felipe II cuando vio por primera vez la obra maestra de El Bosco. Como monarca todopoderoso no dudó en adquirir dicha obra y donarla a la plasmación de sus desvelos, el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial.

Se trata de un óleo sobre madera de roble compuesto en un tríptico cuyo panel central es del tamaño de la suma de sus dos paneles extremos.

Vista interior del Tríptico denominado actualmente “El Jardín de las Delicias” pintado entre 1490 y 1500 por El Bosco.

En la Europa del 1500 era común realizar trípticos que se mantenían normalmente cerrados y ocasionalmente se abrían a un público selecto y culto. Algunos estaban destinados para un retablo eclesiástico pero el que hoy se analiza fue un encargo secular. Al igual que de su autor, no se conocen muchos datos que expliquen el tema de esta gran obra.

El autor de esta pieza es Jheronimus van Aken, afamado pintor holandés quien adopta un seudónimo relacionado con su origen, la ciudad de Hertogenbosch, conformando el nombre de Jheronimus Bosch. Al castellanizar la palabra Bosch, actualmente lo conocemos como “El Bosco”.

Existen diversas interpretaciones de lectura del tríptico cuyo título desconocemos y que, a partir de Fray José de Sigüenza, Bibliotecario de El Escorial, es conocido como “El Jardín de las Delicias”.

Algunos estudiosos hablan de un proto-surrealismo. Otros le otorgan una concepción esotérica, con conocimientos herméticos. En lo personal, adhiero a aquellos que sostienen que la inspiración de esta obra es de un carácter cristiano moralizante. Según mi criterio, el autor se posiciona en una postura de Demiurgo, del Creador y es por eso que debemos leerlo y entenderlo como si El Bosco nos mirara desde el fondo mismo del panel central, a cuya derecha se encuentra el Paraíso y a cuya izquierda se encuentra el Infierno.

La vista más corriente que vemos de la obra, es un panel central profusamente colorido flanqueado por dos paneles laterales donde dos escenas se contraponen. Menos conocido es el hecho de que los paneles laterales están pintados a ambos lados, de modo que si cerramos el tríptico obtenemos una única composición en torno a un mundo primigenio. A puertas cerradas asistimos a un mundo terrenal arquetípico donde podemos visualizar a la izquierda a Dios Padre que está creando el mundo.

Es un mundo primitivo, aún en proceso de creación, pues solamente está plasmado el reino mineral y el reino vegetal. Aún no han aparecido ni animales ni seres humanos. Al ser un mundo en gestación el pintor opta por tonos monocromáticos en la escala de grises, técnica que se denomina Grisalla. Oscuros y pesados nubarrones connotan las turbulencias de dicho proceso creativo donde en la tierra nacen y se desarrollan especies vegetales normales al igual que otras fantásticas. Fuera de la esfera del mundo reina la oscuridad absoluta. Dicha escena monocromática contrasta con el colorido de la composición tríptica interior.

Si abrimos el tríptico y analizamos la estructuración de la obra comenzando por el panel central podemos observar que existe una composición en base a una simetría axial en vertical, aunque también podemos dividir dicho panel en cuatro cuadrantes. Si a la mitad superior, compuesta por los dos cuadrantes de arriba, le trazamos sus diagonales obtendremos el punto central en la fuente azul que tiene un papel protagónico. En cambio, en la mitad inferior reina el caos y el vicio, por lo que la visión es desestructurada. Si a la mitad superior le buscamos sus dimensiones áureas obtendremos dos líneas horizontales que enmarcan orillas, horizontes cercanos y enmarcan los tres objetos más importantes de esta zona de la obra, que son la esfera central y las dos construcciones fantásticas que se ubican a sus laterales.

Si consideramos el panel de nuestra izquierda dedicado al Paraíso, observamos también la presencia de un eje axial de simetría y la división en cuatro cuadrantes con la mitad en horizontal. Podemos proyectar también las líneas auxiliares áureas de la composición del panel central. En el sector inferior del panel del paraíso, Dios Padre dirige la Creación, flanqueado a su derecha por Adán y a su izquierda por Eva.

En el panel de nuestra derecha que representa el Infierno, también podemos dividirlo en cuatro cuadrantes, y los sectores enmarcados por las dimensiones áureas de una mitad, están en la mitad inferior de dicho panel, justo en la zona donde un monarca-bestia engulle y defeca a los condenados. En la parte superior de dicho panel, aparece el “Hombre Árbol”, el personaje principal y de mayor tamaño en toda la obra se ubica en el centro axial vertical del mismo.

A nivel cromático, el panel del Paraíso es luminoso, predominando los verdes, los azules y los rosas. Al no poseer colores cálidos vivos, quizá quiera expresarnos cierta inocencia primigenia o ausencia de pecado.

En cambio, en el panel central los verdes están contrastados por rojos intensos que denotan lujuria y pecado carnal.

También, desde el punto de vista cromático, el panel de la derecha, correspondiente al Infierno, se diferencia notablemente de los dos anteriores, por una oscuridad predominante donde reina la noche y las huestes del Infierno hacen de la suyas con los sentenciados.

El Bosco contrapone arquitecturas primigenias propias del orden de la Naturaleza, presentes en el panel del Paraíso, persistiendo con mayor complejidad en el mundo manifestado, pero que en el Infierno devienen en construcciones de nuestro mundo pecaminoso y que son incendiadas el día del Juicio Final.

Es de destacar la fantasiosa imaginación de El Bosco al plasmar arquitecturas fantásticas basadas en Cromlechs prehistóricos, combinados con formaciones rocosas y fantasiosas especies vegetales.

Mucho podríamos analizar de cada uno de los tres paneles interiores, pero a modo de síntesis diremos que en la tabla del Paraíso la fuente arquetípica tiene la misma coloración que la túnica de Dios Padre, por tanto, podemos deducir que de allí emana la Vida y es precisamente en el centro del panel que se encuentra una esfera hueca cuyo origen es un búho, quizá representando al misterio. Dios Padre es uno de los dos únicos personajes que nos miran directamente a los ojos, el otro es el “hombre árbol” del panel del Infierno. Tanto Dios como la fuente primigenia dividen en este panel los dos extremos de la dualidad del mundo. A la izquierda, todo es activo, positivo y armónico. El ecosistema se retroalimenta, los vegetales crecen vigorosos, los animales beben agua de la fuente de la vida y en lo superior la arquitectura divina da armonía a la creación. A la derecha, todo es pasivo, con connotaciones negativas, aún dentro del paraíso y con insinuaciones subyacentes propias de la naturaleza femenina como son el lago que quizás simbolice el pubis femenino. Una jirafa que está encrespada y pronta al ataque sugiere la ira instintiva. A su vez, el autor plasma un rostro esbozado con formas naturales que recuerda las tentaciones, las pasiones y los bajos sentimientos del ser humano, por eso, está sugerido con vegetales y alimañas.

En el panel central la Lujuria está simbolizada por el color rojo, presente en las frutas del pecado y en una especie de carpa arbórea. Cientos de seres humanos y animales actúan a placer como si no hubiese mañana, en una escena que, sin ser explícita, sugiere perversidad. En este caso no interesa la escala de aves, de animales y humanos, pues lo que cuentan son sus actos que, al estar librados a su propio juicio, son pecaminosos a los ojos de Dios. El tema del panel central es una denuncia de la corrupción del mundo.

La fuente primigenia de la vida se ha tornado resquebrajada, con colores azules, toques rosas y rojos que aún emanan vida, pero no con la pureza de antaño. Distintos engendros nos hablan de entrecruzamiento de especies, o del pecado original, cometido una y otra vez, que van degradando al Paraíso, tornándolo en nuestro mundo decadente.

Abajo del lago donde desembocan los cuatro ríos primigenios, los seres vivos han fabricado un estanque para bañar sus placeres terrenales. Aparentemente todo está permitido y todo sucede con impunidad como si Dios no existiese. A pesar de la vergüenza inicial de Adán y Eva al descubrirse desnudos, los pecadores mantienen la desnudez y no dudan en cometer actos heréticos.

Este panel es una denuncia a la sociedad contemporánea del pintor.

Ante tanto escándalo, las acciones desembocan en la entrada al Infierno, el panel que está a nuestra derecha. He aquí el sector más inquietante del conjunto y quizás por eso también el más atractivo. Es un Infierno adonde irán a parar irremediablemente los condenados, aquellos que tuvieron desenfreno en el mundo terrenal. Sin embargo, no es un Infierno de sufrimiento y lamentaciones, porque todos los castigos posibles son asumidos con cierta naturalidad y desasosiego.

Al mirar a este panel, inmediatamente nuestra vista se desplaza a ese “Hombre Árbol” que tiene su trasero roto y que al igual que Dios Padre nos mira interpelándonos. Algunos investigadores quieren ver en él a un autorretrato de El Bosco, pero esto no ha sido confirmado. Aún con el trasero roto, su mirada no es de sufrimiento si no de resignación y cierta tranquilidad. Dicha expresión es desconcertante.

Según cuentan algunos biógrafos, durante la infancia de El Bosco ocurrió un terrible incendio en su ciudad natal, impresión que lo marcó definitivamente, imaginándose dicho incidente como imagen viva del Infierno. Podemos observar aquí escenas terriblemente atractivas donde predominan las sombras, cuyas siluetas se recortan entre las llamas y el humo. Ejércitos infernales cruzan puentes sobre lagos de lava. Parece claro que El Bosco pretende condenar a los músicos directamente al Infierno, pues presuntamente todos sus encantos e instrumentos son objetos de perdición. Comenzando por un cuchillo que corta dos orejas, cercenando el sentido auditivo para que no escuchen composiciones musicales pecaminosas. En venganza por la osadía de los músicos, diversos instrumentos musicales aparecen como instrumentos de tortura. Un extraño monarca con cabeza de ave devora a una persona y está sentado en un inodoro de dormitorio de época, que a su vez contiene una bolsa donde caen sus heces, filtrando a los desdichados quienes caen en un pozo sin fondo.

El Bosco utiliza como recursos de tortura objetos introducidos en anos de personas como expresión de máximo sufrimiento, siendo lo peor lo que le ocurre al hombre árbol, que como ya hemos visto, tiene su trasero roto. Dichas patas están configuradas como raíces arbóreas y apoyadas en dos botes como haciendo equilibrio en el fango. Miles son los castigados y miles son las formas de castigo. Un cerdo hembra viste tocado de monja y acosa a un desvalido. La moraleja parece ser que la música llevará al ser humano indefectiblemente a su perdición.

Muchas cosas más podríamos analizar de esta gran obra del arte universal pero basta estos apuntes para hacernos una idea global de la misma. Tengamos en cuenta que El Bosco era un cristiano perteneciente a una cofradía tradicional de Flandes, que denunciaba los excesos y que practicaba la piedad. Aunque esta obra es trágica, está acometida con cierto desparpajo, con cierta ironía, con cierto humor y con cierta preferencia por lo grotesco.

Por esta razón, sus composiciones fueron tomadas como referencias por el movimiento surrealista. Es posible identificar su influencia en algunos recursos utilizados por Dalí, por ejemplo.

Lo más llamativo es que esta obra se realizó 400 años antes que el Surrealismo. En tiempos en que Colón realizaba sus expediciones a América, El Bosco acometía esta gran obra de arte que plasma una realidad perversa y sugiere una advertencia a los viciosos. Quizás sea producto de visiones oníricas, de sueños inquietantes, de visualizaciones místicas y de una creatividad exuberante. No obstante, tuvo el talento de poder plasmarlo con maestría.

“El Jardín de las Delicias” no tiene una lectura unitaria, sino que está pensado para un estudio minucioso donde solamente deteniéndose en cada detalle se llega a comprender con cabalidad lo que nos quiere expresar su autor.

Lamentablemente, cuando habitualmente concurrimos al Museo del Prado la obra siempre tiene mucho público a su alrededor y no es posible detenerse el tiempo suficiente como para tener una lectura integral de la obra. Vayan estas palabras para “El Jardín de las Delicias” del gran pintor Jheronimus Bosch, más conocido en lengua castellana como El Bosco.

Arq. Hugo Ferreira Quirós – Uruguay