Bill Gates, el llamado por algunos el nuevo Nostradamus, ha comentado muy recientemente la importancia que para nuestras vidas va a tener la IA; Gates asegura que el desarrollo de esta tecnología es “tan fundamental como la creación del microprocesador, el ordenador personal, internet o el teléfono móvil”.
Bank of América dice que la inteligencia artificial generativa será la mayor revolución tecnológica desde la electricidad. Energía, armas, medicinas o naves espaciales, todas las industrias están ya siendo transformadas por una tecnología, aseguran, que en solo siete años aportará 15,7 billones de dólares a la economía mundial, más que el producto interior bruto anual de toda la zona euro en 2022.
Otros expertos menos conocidos pero con acreditado conocimiento en IA como Tom Graham, cofundador de Metaphysic, uno de los líderes del sector que ha revolucionado Hollywood con la nueva tecnología que se hizo viral con el falso Tom Cruise, afirma que estamos en un momento en que toda la sociedad —individuos, tecnólogos, consumidores y legisladores— deben tomar medidas urgentes para evitar daños brutales al público y las democracias. Desafortunadamente, afirma, y esto para mí es crucial, las leyes van muy por detrás de lo que se está desarrollando, y todavía tardarán de 10 a 15 años en llegar: “estamos en un tiempo peligroso”.
Los tiempos se aceleran exponencialmente. Ya ha dejado de interesar las inversiones en el metaverso, ahora solo interesa el desarrollo de la IA.
En algún momento del futuro cercano, perderemos nuestra capacidad para distinguir entre los hechos y la ficción creada por las máquinas, sin importar cuántas herramientas forenses podamos idear. Esto podrá ocurrir, según algunos expertos, en los próximos 10 años. En este escaso margen de tiempo podremos crear cualquier cosa que un ser humano pueda imaginar, con una calidad visual perfecta en tiempo real.
Gil Perry, CEO y cofundador de la compañía israelí D-ID, es mucho más categórico: “en uno o dos años, no seremos capaces de saber qué es verdad y qué es mentira”. La tecnología de IA generativa podrá cambiar tu cara e incluso tu entorno en herramientas de comunicación como Zoom en tiempo real de forma totalmente creíble en pocos años.
Los ejemplos de la última semana: salvo que haya vivido aislado estos días, es casi imposible no haber visto la foto de Donald Trump arrestado por la policía en EE.UU., o la imagen del papa con ese plumón blanco, tan realista que mucha gente se pensaba que eran verdaderas. Ahora mismo podemos saberlo, pero ¿cuando la realidad y lo creado se confundan?
Quién no ha oído hablar de ChatGPT, que ha puesto en marcha la fundación Open AI, que ha puesto a la inteligencia artificial en el centro de la industria tecnológica, empujando a todos los gigantes del negocio a iniciar una alocada carrera por dominar esta revolución, una competición en la que los anuncios ya no suceden en semanas, sino en días o incluso horas.
Todo lo que hemos visto de Google, Microsoft y otros en las últimas semanas da que pensar que todos estaban más preparados de lo que parecía y que estaban esperando a que alguien levantara la liebre. Y ellos lo han hecho. El nuevo GDocs y Gmail, la renovación de Microsoft Office, son solo algunas de las muchas novedades que se han desvelado recientemente. También GPT-4, el nuevo modelo de lenguaje de Open AI, una iteración más humana de inteligencia artificial.
Geoffrey Hinton, ganador del premio Turing (el Nobel en informática), a finales de abril de 2023, ha abandonado Google. El “padrino de la IA” explica que ha renunciado a su empleo y nos dice que “esta tecnología funciona mejor que el cerebro humano y nadie tiene garantías de cómo podrá mantenerse bajo su control”.
Ni que decir tiene que, de la lectura de todas estas opiniones, se vislumbran las dos inevitables caras de la moneda. El lado positivo, lo que la IA por ejemplo puede aportar a campos como la medicina, el transporte o el cambio climático y, cómo no, el tenebroso lado oscuro de toda esta tecnología: su aplicación criminal. Esta herramienta será también extremadamente poderosa para hacer el mal. Una auténtica bomba atómica al alcance de cualquiera porque, según los expertos, la barrera de entrada será cero. No requerirá de ningún conocimiento o equipo especializado.
La inteligencia artificial generativa, sin pecar de alarmista, es una fuerza que será totalmente incontrolable en apenas unos pocos años si no tomamos algunas medidas radicales ahora. Este es el papel del Derecho y también el de la ética.
Los legisladores deben pensar en cómo implementar esas leyes tan rápido como sea humanamente posible para proteger a las personas de un daño potencial. En este sentido, Europa ha comenzado a trabajar en una serie de reglamentación en Protección de Datos, y para finales de año quieren tener concluido el Reglamento Europeo que regulará la Inteligencia Artificial.
Los filósofos deben ser escuchados en estos momentos donde es necesario dotar a esta tecnología de contenidos éticos. ¿Hasta dónde se puede llegar? ¿Cuál es el límite a la IA? ¿Cuánto debe influir el humano en los aprendizajes de la máquina? ¿Estamos muy cerca de una IA que piensa por sí sola? El Ordenador HAL en 2001 una odisea en el espacio. O dicho de otro modo; ¿podría sublevarse una Inteligencia Artificial?
El que una IA comience a pensar por sí misma es uno de los mayores temores a la hora de desarrollar la tecnología.
¿Cómo solventar los problemas que ocasionará en el mundo laboral la sustitución del trabajo humano por máquinas: la cotización a la Seguridad Social de las máquinas?
Recientemente se ha publicado una investigación sobre las profesiones en peligro de extinción por culpa de las inteligencias artificiales generativas. Los resultados indican que aproximadamente el 80% de la mano de obra va a estar afectada y algunas profesiones llegarán a desaparecer.
Todo ello teniendo en cuenta los problemas que ya están ocasionando a los derechos de autor en publicaciones. películas, música, pintura, y en definitiva en todas las artes.
Pero no solo bastará una estructura legal, también habrá que educar a la población para que podamos entender el alcance de la inteligencia artificial generativa. Las personas debemos aprender para poder defendernos de todas estas nuevas amenazas.
Finalmente, es urgente que los Gobiernos de todo el mundo deben colaborar con la comunidad científica en una urgente legislación que proteja los derechos individuales, estableciendo límites legales para tratar de frenar el uso ilegal de esta tecnología; también por los Estados. Un ejemplo que algunos países ya están utilizando: los sistemas biométricos de identificación facial en espacios públicos. ¿Hasta dónde la seguridad cercenará la libertad?
Lisardo García Rodulfo