El nuevo paradigma científico

Paradigma holístico versus paradigma cartesiano

Prefacio

Durante las primeras tres décadas del siglo XX, se ha producido en la física, un cambio radical de conceptos e ideas que aún se siguen incorporando en las teorías actuales de la materia. Esto ha hecho cambiar profundamente nuestra visión del mundo, desde la concepción mecanicista de Descartes y Newton hasta la concepción holística y ecológica, similar a la de los místicos de todos los tiempos y tradiciones.

Para los científicos de principios del siglo XX, esta nueva forma de ver el universo físico no fue fácil de aceptar. La exploración del mundo atómico y subatómico les puso en contacto con una realidad extraña e inesperada que parecía desafiar cualquier descripción coherente. En su esfuerzo por captar esta nueva realidad, tomaron conciencia, con mucho pesar, de que sus conceptos básicos, su lenguaje y toda su forma de pensar eran insuficientes para describir los fenómenos atómicos; sin embargo, sus problemas no eran meramente intelectuales, sino de índole emotivo y existencial. Tomó mucho tiempo superar esta crisis, pero al final fueron recompensados con profundas penetraciones en la naturaleza de la materia y su relación con la mente humana.

Las máquinas del mundo newtoniano

Nuestra visión del mundo y sus valores, que son la base de nuestra cultura se formularon, en lo esencial, en los siglos XVI y XVII. Entre 1 500 y 1 700 hubo un cambio drástico en la manera en que la gente representaba el mundo y en su forma de pensar. La nueva mentalidad y la nueva percepción del cosmos dieron a la civilización occidental los rasgos que caracterizan a la Edad Moderna. Se convirtieron en la base del paradigma que ha dominado nuestra cultura durante los últimos trescientos años y que hoy está a punto de cambiar.

Antes del siglo XVII, casi todo el mundo daba por hecho que el universo era como un organismo, y así era la Tierra. En la Europa clásica, medieval y renacentista, la naturaleza estaba viva. Leonardo da Vinci (1452–1519), por ejemplo, dice: “Podemos decir que la Tierra tiene un alma vegetativa y que su carne es la tierra, sus huesos son la estructura de las rocas… su respiración y su pulso son el flujo y reflujo del mar”.

William Gilbert (1540–1603), un pionero de la ciencia del magnetismo fue explícito en su filosofía orgánica de la naturaleza: “Consideramos que todo el universo está animado, y que todos los globos, las estrellas y nuestra noble Tierra han sido gobernados desde el principio por su propia alma designada y motivada a su propia conservación”.

Incluso Nicholas Copérnico, cuya teoría revolucionaria del movimiento de los cielos, publicada en 1543, coloca al Sol en el centro en lugar de la Tierra, no era mecanicista. Sus razones para hacer este cambio fueron tanto místicas como científicas. Pensó que una posición central dignificaba al Sol: “No en vano algunos lo llaman la luz del mundo, otros el alma, otros todavía el gobernador. Trimegisto lo llama el dios visible: Electra de Sófocles, el que todo lo ve. Y de hecho hace al Sol, sentado en su trono real, guiar a su familia de planetas que circundan a su alrededor”.

La revolución en la cosmología de Copérnico fue un poderoso estímulo para el desarrollo posterior de la física, pero el cambio a la teoría mecánica de la naturaleza que comenzó después de 1600 era mucho más radical.

La noción de un universo orgánico, viviente y espiritual fue reemplazada por la del mundo como una máquina, y la máquina del mundo se convirtió en la metáfora dominante de la Era Moderna. Este desarrollo fue provocado por cambios revolucionarios en la física y la astronomía, que culmina en los logros de Copérnico, Galileo y Newton. La ciencia del siglo XVII se basó en un nuevo método de investigación, patrocinado fuertemente por Francis Bacon, la descripción matemática de la naturaleza y el método analítico de razonamiento concebido por el genio de Descartes. Reconociendo el papel crucial de la ciencia en estos cambios de largo alcance, los historiadores han llamado los siglos XVI y XVII la Era de la Revolución Científica.

La revolución científica

Durante siglos, han existido modelos mecánicos de algunos aspectos de la naturaleza. Por ejemplo, los relojes astronómicos muestran el Sol y la Luna girando alrededor de la Tierra, contra un fondo de estrellas. El movimiento del Sol indica la hora del día, y el círculo del reloj representa la Luna, que gira una vez al mes.

Estos primeros relojes astronómicos dieron por hecho que la Tierra era el centro del universo. Eran modelos útiles para saber la hora y predecir las fases de la Luna; pero nadie pensaba que el universo era realmente como un mecanismo de relojería. La ciencia cambia la metáfora del organismo por la metáfora de la máquina, tal como la conocemos ahora. Los modelos mecánicos del universo representan cómo funciona el mundo. Los movimientos de estrellas y planetas se rigen por principios mecánicos impersonales, no por las almas o espíritus con sus propias vidas y propósitos.

En 1605, Johannes Kepler resumió su programa de esta manera: “Mi propósito es mostrar que la máquina celestial debe compararse, no a un organismo divino, sino más bien a un reloj… además, demostrar cómo esta concepción física se puede mostrar a través del cálculo y la geometría”.

Galileo Galilei (1564–1642) concordó que – “inexorables e inmutables” leyes matemáticas rigen todo. La analogía con el reloj fue particularmente persuasiva porque los relojes trabajan de manera independiente. Ni impulsan ni jalan otros objetos. Asimismo, el universo realiza su trabajo por la regularidad de sus movimientos y es el sistema horario por excelencia. Los relojes mecánicos tenían otra ventaja metafórica: son un buen ejemplo de conocimiento a través de la construcción, o saber haciendo. Alguien que pudiera construir una máquina podría reconstruirla, conocimiento mecánico es poder.

El prestigio de la ciencia mecanicista no vino principalmente de sus bases filosóficas, sino de sus éxitos prácticos, especialmente en la física. El modelaje matemático implica típicamente extrema abstracción y simplificación, que es más fácil de llevar a cabo con máquinas artificiales u objetos. La mecánica matemática es impresionantemente útil en problemas relativamente simples, tales como las trayectorias de balas o cohetes.[*][1]

La visión de la naturaleza mecánica se dio en medio de las devastadoras guerras religiosas en la Europa del siglo XVII. La física matemática era atractiva, en parte porque parecía proporcionar una manera de trascender los conflictos sectarios y revelar verdades eternas. Con sus propios ojos, los pioneros de la ciencia mecanicista fueron encontrando una nueva forma de entender la relación de la naturaleza y Dios. Según esta, los seres humanos adoptan una omnisciencia matemática como dioses, sobresaliendo por encima de las limitaciones de mentes y cuerpos. Como dijo Galileo: “Cuando Dios crea el mundo, crea una estructura completamente matemática que obedece a las leyes del número, la figura geométrica y la función cuantitativa. La naturaleza es un sistema matemático incorporado”.

Pero había un problema importante, la mayor parte de nuestra experiencia no es matemática: degustamos comida, nos enojamos, disfrutamos de la belleza de las flores y nos reímos de chistes. Para afirmar la primacía de las matemáticas, Galileo y sus sucesores tuvieron que distinguir entre lo que llaman “cualidades primarias” como el movimiento, tamaño y peso, y “cualidades secundarias”, como el color y el olor, que eran subjetivas.

Tomaron el mundo real como objetivo, cuantitativo y matemático a diferencia de la experiencia personal en el mundo vivido que era subjetiva. Sacaron el reino de la opinión y la ilusión fuera del ámbito de la ciencia.

La visión cartesiana del mundo

René Descartes (1596–1650).

Fue el autor principal de la filosofía mecánica o mecanicista de la naturaleza. El 10 de noviembre de 1619 tuvo una visión, “lleno de entusiasmo descubrió los fundamentos de una ciencia maravillosa”. Vio el universo entero como un sistema matemático y más tarde percibió el éter, vórtice de materia sutil que impulsaba a los planetas en sus órbitas alrededor.

Descartes llevó la metáfora mecánica mucho más allá de Kepler o Galileo al extenderla al reino de la vida. Quedó fascinado por la sofisticada maquinaria de sus tiempos, tales como relojes, telares y bombas. En su juventud diseñó modelos mecánicos para simular la actividad animal, como un faisán perseguido por un perro.

Así como Kepler proyectó la imagen de la maquinaria hecha por el hombre en el cosmos, Descartes lo hace sobre animales. Ellos, también, – dice – eran como un reloj. Actividades como el latido del corazón de un perro, su digestión y la respiración eran mecanismos programados. Y estos mismos principios se aplican a los cuerpos humanos.

El método de Descartes es analítico. Consiste en descomponer pensamientos y los problemas en partes para luego organizarlos en un orden lógico. Este método analítico de razonamiento es probablemente, la mayor contribución de Descartes a la ciencia. Se ha convertido en una característica esencial del pensamiento científico moderno y ha demostrado ser extremadamente útil en el desarrollo de las teorías científicas y la realización de proyectos tecnológicos complejos.

Es el método de Descartes que hizo posible para la NASA poner a un hombre en la Luna. Por otro lado, el excesivo énfasis en el método cartesiano ha llevado a la fragmentación que caracteriza nuestro pensamiento tanto general como académico y a la actitud generalizada de reduccionismo en la ciencia y la creencia de que todos los aspectos de fenómenos complejos puedan ser comprendidos reduciéndolos a sus partes constituyentes.

Para Descartes el universo material era una máquina y nada más que una máquina. No hay ningún propósito, vida o espiritualidad en la materia. La naturaleza trabaja según leyes mecánicas, y todo en el mundo material podía explicarse en términos de la disposición y movimiento de sus partes. Esta imagen mecánica de la naturaleza se convirtió en el paradigma dominante de la ciencia en el período posterior a Descartes. Ha guiado toda observación científica y la formulación de todas las teorías de los fenómenos naturales hasta que la física del siglo XX trajo un cambio radical. La elaboración completa de la ciencia mecanicista en el XVII, XVIII y XIX, incluyendo la gran síntesis de Newton, era el desarrollo de la idea cartesiana. Descartes le dio al pensamiento científico su visión de la naturaleza como una máquina perfecta gobernada por leyes matemáticas exactas.

En su intento de construir una ciencia natural completa, Descartes extendió su visión mecanicista de la materia a los organismos vivos. Las plantas y los animales eran considerados simplemente máquinas; los seres humanos estaban habitados por un alma racional que fue conectada con el cuerpo a través de la glándula pineal en el centro del cerebro. El cuerpo humano era indistinguible de una máquina de un animal. Descartes explicó en gran amplitud cómo los movimientos y diferentes funciones biológicas del cuerpo podrían reducirse a operaciones mecánicas con el fin de mostrar que los organismos vivos no eran sino autómatas.

Antes de la revolución mecanicista, había tres niveles de explicación de la naturaleza de los seres vivos: cuerpo, alma y espíritu. El espíritu era inmaterial, pero interactuaba con seres encarnados a través de sus almas. El espíritu humano, o “alma racional”, según la teología cristiana, estaba potencialmente abierto al espíritu de Dios.

Después de la revolución mecanicista, había solo dos niveles de explicación: cuerpo y espíritu. Tres capas se redujeron a dos mediante la eliminación de las almas de la naturaleza, dejando solo el ser humano “alma racional” o espíritu. La abolición de las almas separaba también la humanidad de otros animales, que se convirtieron en máquinas inanimadas. El “alma racional” del hombre era como un fantasma inmaterial en la maquinaria del cuerpo humano.

El último paso en la revolución mecanicista era reducir dos niveles de explicación a uno. En vez de una dualidad de materia y mente, hay solamente materia. Esta es la doctrina del materialismo, que llegó a dominar el pensamiento científico en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, a pesar de su materialismo nominal, la mayoría de los científicos seguían siendo dualistas y continuaban utilizando metáforas dualistas.

La visión de Descartes había implantado en él la firme creencia y certeza del conocimiento científico y su vocación en la vida era distinguir verdad de error en todos los ámbitos de aprendizaje. “Toda la ciencia es cierta, conocimiento evidente – escribió, – rechazamos todo conocimiento que es meramente probable y juzgamos que solo deben ser creídas las cosas que se conocen perfectamente y que no puede haber ninguna duda”.

La creencia en la certeza del conocimiento científico se encuentra en la base de la filosofía cartesiana y de la visión del mundo derivada de él y fue aquí, en el comienzo, donde Descartes erró. La física del siglo XX nos ha demostrado muy convincentemente que no existe ninguna verdad absoluta en ciencia, que todos nuestros conceptos y teorías son limitados y aproximados. La creencia cartesiana en la verdad científica está todavía muy extendida hoy y se refleja en el cientificismo, que se ha convertido en algo típico de la cultura occidental.

Muchas personas en nuestra sociedad, científicos como no científicos, están convencidos de que el método científico es válido solo como una manera de entender el universo. El método de pensamiento de Descartes y su visión de la naturaleza han influido en todas las ramas de la ciencia moderna y todavía pueden ser muy útiles hoy en día. Pero serán útiles solo si se reconocen sus limitaciones. La aceptación de la visión cartesiana como verdad absoluta y del método de Descartes como la única forma de conocimiento válida, ha jugado un papel importante en el actual desequilibrio cultural.

Dentro de los alcances de la teoría de la evolución y selección natural de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, se destruye también el argumento del diseño mecánico (1858). Un dios creador no podría haber diseñado la maquinaria de animales y plantas en un principio si estas no evolucionarían progresivamente a través de la variación espontánea y selección natural.

Los organismos vivos, a diferencia de las máquinas, son creativos. Las plantas y los animales varían espontáneamente, responden a cambios genéticos y se adaptan a los nuevos retos del entorno. Algunos varían más que los demás, y de vez en cuando aparece algo realmente nuevo. La creatividad es inherente a los organismos vivos, o funciona a través de ellos. Ninguna máquina comienza pequeña, crece, forma nuevas estructuras dentro de sí misma y a continuación se reproduce. Sin embargo, las plantas y los animales lo hacen todo el tiempo. También se pueden regenerar después de un daño. Se requiere de fe para verlos como máquinas propulsadas solo por principios ordinarios de física y química. Es un dogma el insistir en que son máquinas a pesar de todas las apariencias.

El nuevo paradigma científico

El inicio de la física moderna está marcado por la extraordinaria hazaña intelectual de un hombre: Albert Einstein. En dos artículos, ambos publicados en 1905, Einstein inició dos tendencias revolucionarias del pensamiento científico. Una fue su teoría de la relatividad especial; la otra era una nueva forma de ver la radiación electromagnética que iba a convertirse en característica de la teoría cuántica, la teoría de los fenómenos atómicos.

La teoría cuántica completa fue trabajada veinte años más tarde por todo un equipo de físicos. La teoría de la relatividad, sin embargo, fue construida en su forma completa casi en su totalidad por el propio Einstein. Los trabajos científicos de Einstein son monumentos intelectuales que marcan el inicio del pensamiento del siglo XX.

Einstein creía firmemente en la armonía inherente a la naturaleza, y a lo largo de su vida científica su más profunda preocupación fue encontrar una base unificada de la física. Comenzó a avanzar hacia este objetivo mediante la construcción de un marco común para la electrodinámica y la mecánica, las dos teorías separadas de la física clásica. Este marco se conoce como la teoría especial de relatividad. Unifica y completa la estructura de la física clásica, pero esto implica cambios radicales en los conceptos tradicionales de espacio y tiempo y así socavó uno de los fundamentos de la visión newtoniana del mundo.

Diez años más tarde Einstein propuso su teoría general de la relatividad, en la que el marco de la teoría especial se amplía para incluir la gravedad. Esto se consigue por otras modificaciones drásticas de los conceptos de espacio y tiempo.

El otro desarrollo importante en la física del siglo XX fue una consecuencia de la investigación experimental de átomos. En los inicios del siglo, los físicos descubrieron varios fenómenos conectados con la estructura de los átomos, tales como rayos X y radioactividad, que eran inexplicables en términos de la física clásica. Además de ser objetos de estudio intenso, estos fenómenos fueron utilizados, en formas muy ingeniosas, como nuevas herramientas de sondeo profundo en la materia como nunca antes. Por ejemplo, las llamadas partículas alfa emitidas por las sustancias radiactivas fueron percibidas como proyectiles de alta velocidad de tamaño subatómico que podrían ser utilizados para explorar el interior del átomo. Podían ser disparados contra los átomos y por la manera en que se desvían se podían sacar conclusiones sobre la estructura de los átomos.

Esta exploración del mundo atómico y subatómico puso a los científicos en contacto con una realidad extraña e inesperada que destrozó los cimientos de su visión del mundo y les obligó a pensar de manera totalmente nueva. Nada igual había sucedido antes en la ciencia; las revoluciones como las de Copérnico y Darwin habían introducido cambios profundos en la concepción general del universo – cambios que fueron chocantes para muchas personas – pero estos nuevos conceptos no eran difíciles de comprender.

En el siglo XX, sin embargo, los físicos enfrentan por primera vez, un serio desafío en su capacidad para entender el universo. Cada vez que preguntaban a la naturaleza en un experimento atómico, ella respondía con una paradoja, y mientras más intentaban aclarar la situación, las paradojas se agudizaban más. En su lucha por captar esta nueva realidad, los científicos tomaron conciencia de que sus conceptos básicos, su lenguaje y su forma completa de pensar eran inadecuados para describir los fenómenos atómicos. Su problema no era solo intelectual, sino que implicó una intensa experiencia emocional y existencial, tan vívidamente descrita por Werner Heisenberg: “Recuerdo discusiones con Bohr, que duraron por muchas horas hasta muy tarde por la noche y terminaban casi en la desesperación; y cuando al final de la discusión me iba solo a pasear por el parque vecino, me repetía a mí mismo una y otra vez la pregunta: ¿puede la naturaleza ser tan absurda como nos parece en estos experimentos atómicos?”.

A estos físicos les tomó mucho tiempo aceptar que las paradojas que encontraron son un aspecto esencial de la física atómica, y que surgen cuando uno intenta describir los fenómenos atómicos en términos de conceptos clásicos. Una vez que esto se descubrió, los físicos aprendieron a hacer las preguntas adecuadas y a evitar contradicciones. Como dice Heisenberg: “Consiguieron de alguna manera penetrar en el espíritu de la teoría cuántica” y finalmente encontraron la formulación matemática precisa y uniforme de esa teoría.

La teoría o mecánica cuánticas como también se la llama, fue formulada durante las tres primeras décadas del siglo por un grupo internacional de físicos como Max Planck, Albert Einstein, Niels Bohr, Louis De Broglie, Erwin Schrödinger, Wolfgang Pauli, Werner Heisenberg y Paul Dirac. Estos hombres unieron esfuerzos a través de las fronteras nacionales para dar forma a una de las etapas más apasionantes de la ciencia moderna que vio, no solo intercambios intelectuales brillantes, sino también dramáticos conflictos humanos y una amistad personal profunda entre ellos.

Después de la formulación matemática de la teoría cuántica, no fue fácil aceptar su marco conceptual. Su efecto sobre la visión de la realidad fue realmente devastador. La nueva física requería cambios profundos en los conceptos de espacio, tiempo, materia, objeto y causa y efecto; y dado que estos conceptos son tan fundamentales para nuestra manera de experimentar el mundo, su transformación fue un gran shock. Por citar a Heisenberg: “La reacción violenta hacia el reciente desarrollo de la física moderna solo puede entenderse cuando uno se da cuenta de que aquí los fundamentos de la física han comenzado a moverse; y que este movimiento ha causado la sensación de que la ciencia podría quedarse sin piso”.

Einstein experimentó el mismo choque cuando fue confrontado con los nuevos conceptos de la física y describió sus sentimientos en términos muy similares a los de Heisenberg: “Todo, mis intentos de adaptar las bases teóricas de la física a este nuevo tipo de conocimiento fallaron completamente. Fue como si me hubieran jalado el piso, sin dejarme ninguna base firme a la vista, sobre la cual pudiera asentarme”.

En contraste con la visión cartesiana mecanicista del mundo, la visión de la física moderna se caracteriza por palabras como orgánica, holística, ecológica. Se puede también llamar una visión de sistemas, en el sentido de la teoría general de sistemas. El universo ya no es visto como una máquina, compuesta de una multitud de objetos, sino como un todo indivisible y dinámico, cuyos elementos están esencialmente relacionados entre sí y pueden ser entendidos solo como patrones de un proceso cósmico.

El descubrimiento del aspecto dual de la materia y del fundamental papel de la probabilidad, ha demolido la noción clásica de objetos sólidos. A nivel subatómico, los objetos materiales sólidos de la física clásica se disuelven en patrones de forma de onda de probabilidades. Además, estos patrones no representan probabilidades de cosas, sino más bien probabilidades de interconexiones. Un análisis cuidadoso del proceso de observación en la física atómica demuestra que las partículas subatómicas no tienen ningún significado como entidades aisladas, sino que pueden ser entendidas solamente como interconexiones o correlaciones entre varios procesos de observación y medición. Niels Bohr escribió al respecto: “Partículas materiales aisladas son abstracciones, sus propiedades son definibles y observables solamente a través de su interacción con otros sistemas”.

Entonces, las partículas subatómicas, no son “cosas” sino interconexiones entre las “cosas” y estas “cosas”, a su vez, son interconexiones entre otras “cosas” y así sucesivamente. En la teoría cuántica nunca terminan con “cosas”; siempre trata de interconexiones.

Se trata de cómo la física moderna revela la unidad básica del universo. Demuestra que no podemos descomponer el mundo en unidades individuales existentes más pequeñas. Al penetrar en la materia, la naturaleza no nos muestra ningún conjunto de bloques básicos aislados, sino aparece más bien como una complicada red de relaciones entre las distintas partes de un todo. Como Heisenberg lo expresa: “El mundo se muestra, así como un complicado tejido de acontecimientos, en el que conexiones de diferentes tipos alternan o se superponen o combinan y así determinan la textura del conjunto”.

El universo, entonces, es un conjunto que puede hasta cierto punto ser dividido en partes separadas, en objetos compuestos por moléculas y átomos, hechos a su vez de partículas. Pero aquí, en el nivel de partículas, la noción de partes separadas se rompe. Las partículas subatómicas, y por lo tanto, en última instancia, todas las partes del universo, no pueden entenderse como entidades aisladas sino que deben definirse a través de sus interrelaciones. Henry Stapp, de la Universidad de California escribe: “Una partícula elemental no es una entidad no analizable independientemente existente. Es, en esencia, un conjunto de relaciones que se proyectan hacia afuera y alcanzan otras cosas”.

Este cambio de objetos a relaciones tiene consecuencias trascendentales para la ciencia como un todo. Gregory Bateson incluso sostuvo que las relaciones deben usarse como base para todas las definiciones y que esto se les debe enseñar a nuestros hijos en la escuela primaria. Cualquier cosa, él creyó, debe definirse no por lo que es en sí mismo, sino por sus relaciones con otras cosas.

La concepción del universo como una red interconectada de relaciones es uno de los dos temas principales que se repiten a lo largo de la física moderna. El otro tema es la toma de conciencia de que la red cósmica es intrínsecamente dinámica. El aspecto dinámico de la materia se presenta en la teoría cuántica como consecuencia de la naturaleza de onda de las partículas subatómicas y es aún más central en la teoría de la relatividad, que nos ha demostrado que el ser de la materia no puede separarse de su actividad. Las propiedades de sus patrones básicos, las partículas subatómicas, pueden ser entendidas solo en un contexto dinámico, en términos de movimiento, interacción y transformación.

La física moderna, por tanto, no considera a la materia como pasiva e inerte, sino como bailando en un continuo y vibrante movimiento cuyos patrones rítmicos están determinados por su configuración molecular, atómica y nuclear. Hemos llegado a darnos cuenta de que no existen estructuras estáticas en la naturaleza. Hay estabilidad, pero esta estabilidad es de equilibrio dinámico, y cuanto más penetramos en la materia, más necesitamos entender su naturaleza dinámica para entender sus patrones.

Epílogo

Las dos teorías básicas de la física moderna han trascendido así los principales aspectos de la visión cartesiana del mundo y de la física newtoniana. La teoría cuántica ha demostrado que las partículas subatómicas no son granos aislados de materia sino patrones de probabilidad, interconexiones en una inseparable red cósmica que incluye al observador humano y su conciencia.

La teoría de la relatividad ha logrado que la red cósmica cobre vida, por así decirlo, revelando su carácter intrínsecamente dinámico; demostrando que su actividad es la esencia de su ser.

En física moderna, la imagen del universo como una máquina, ha sido trascendida por una visión de él como un todo indivisible y dinámico cuyos elementos están esencialmente relacionados entre sí y pueden ser entendidos solo como patrones de un proceso cósmico. Al nivel subatómico las interrelaciones y las interacciones entre las partes de la totalidad son más fundamentales que las propias piezas. Hay movimiento, pero en última instancia no hay objetos en movimiento; hay actividad, pero no hay actores; no hay bailarines, existe solo la danza.

La investigación actual en física tiene como objetivo unificar la mecánica cuántica y teoría de la relatividad en una teoría completa de las partículas subatómicas. Aún no hemos podido formular una teoría tan completa, pero tenemos varias teorías parciales, o modelos, que describen muy bien ciertos aspectos de los fenómenos subatómicos. Erwin Laszlo comenta: “En la primera década del siglo XX, la ciencia experimentó un básico «cambio de paradigma». Ahora, en la primera década del siglo XXI, los rompecabezas y las anomalías se acumulan más en muchas disciplinas y la ciencia enfrenta otro cambio de paradigma, muy probablemente tan fundamental como lo fue la revolución de la ciencia mecanicista de Newton al universo relativista de Einstein”.

Kostas Frantzikinakis


[1] Un ejemplo paradigmático es la física de las bolas de billar, que da una descripción clara de los impactos y choques de las bolas en un entorno ideal sin fricción. No solo se simplifican las matemáticas, sino que las bolas de billar son en sí mismas un sistema muy simplificado. Las bolas son lo más redondas posible y la mesa lo más plana posible, y hay cojines de goma uniformes a los lados de la mesa, a diferencia de cualquier entorno natural. Piense en una roca cayendo por una ladera de la montaña para una comparación. Más aún, en el mundo real, las bolas de billar chocan y rebotan entre sí en el juego, pero las reglas del juego y las habilidades y motivaciones de los jugadores están fuera del ámbito de la física. El análisis matemático del comportamiento de las bolas es una abstracción extrema.