“La belleza es verdad y la verdad, belleza… Nada más se sabe en esta tierra y nada más necesitamos saber.” Esta es una cita de “Oda a una Urna Griega” escrita por John Keats, un poeta romántico inglés. Sabemos, por supuesto, que él está siguiendo los pasos de la tradición platónica, pero sus palabras me inspiraron para investigar si existe un vínculo entre la belleza y el conocimiento.
Conocer es percibir un aspecto de una verdad eterna. Si la belleza es verdad, entonces la percepción de la belleza debe ser una forma de conocimiento. Beethoven parece pensar lo mismo en sus palabras a Bettina Brentano: “La música es una entrada incorpórea al mundo superior del conocimiento que comprende a la humanidad, pero que la humanidad no puede comprender”. También escribió: “La música es una revelación más elevada que toda la sabiduría y la filosofía.”
Por lo tanto, ¿puede la belleza transmitirnos una forma de conocimiento? ¿Qué piensas? ¿Qué te sucede cuando te conmueve la belleza? Cuando yo me siento conmovida por ella, de alguna manera sé que vivo en un mundo de orden armonioso, que vivo en un cosmos. También, de alguna manera sé que hay un significado y una armonía, una unidad y una ley de balance y equilibrio. Que hay un lugar para cada cosa y que todo tiene su lugar, que todo tiene su valor y que si no existiera, habría un vacío o un hueco. También sé que soy parte de ese todo y que tengo un lugar. No es un conocimiento racional de hechos, sino más bien un conocimiento contemplativo e intuitivo. Un conocimiento que crea orden dentro de mis pensamientos y emociones y que tiene el poder de transformarme cambiando la forma en que pienso y siento. Tal vez, así sea la forma de conocimiento budhico. Inexplicable y, sin embargo, al mismo tiempo real y concreta. Tal vez podamos decir que la belleza nos puede llevar hacia otra dimensión de conocimiento y añadir una nueva dimensión a nuestro saber.
En un nivel inferior, también podríamos decir que la belleza facilita el conocimiento. Puede actuar como un catalizador que abre nuestra mente y por lo tanto nos ayuda a aprender y pensar. En el nivel del arte, el nivel de crear belleza y participar en el proceso de hacer que se manifieste, existen muchas pruebas de que mejora nuestras capacidades cognitivas. Hace sólo unos pocos años hubo un estudio de largo plazo en el “Boston Collage”, que comparó dos grupos de niños que han sido seleccionados y, en promedio, tenían una variedad igual de habilidades. Entonces, a uno de los grupos se le enseñó a tocar el violín y el piano, mientras que al otro grupo no se le dio formación musical. Después de tres años, los niños del grupo de música eran superiores a los demás, no sólo en la capacidad manual y en la percepción musical, sino también en el rendimiento matemático y verbal y en su masa cerebral en general. Pareciera que producir música activa los sistemas cerebrales y nos permite también trabajar mejor en diferentes campos del conocimiento. Muchos estudios han documentado que los niños y los adultos entrenados musicalmente superan a sus compañeros sin entrenamiento musical en las pruebas de aptitud académica, especialmente en matemáticas.
Por último, pero no por ello menos importante, hay una conexión entre los descubrimientos científicos y las ideas filosóficas que han resistido la prueba del tiempo: ellos tienden a ser bellos. Simples, claros, atractivos para nosotros, no sólo de manera racional sino también una forma intuitiva. Así, parafraseando las palabras de Beethoven, yo creo que la belleza puede ser la entrada a una forma superior de conocimiento.
Si la belleza es la verdad, también debe estar relacionada con el bien. Cuando estaba en Madrid este año, tuve la rara oportunidad de tener un par de horas para pasear por esa bella ciudad, sin ninguna meta o dirección específica. De repente, unas palabras escritas en un edificio de aspecto moderno me detuvieron: Nulla ethica sine aesthetica (No hay ética sin estética). Sorprendida y encantada, comenzaba a pensar que también funcionaría a la inversa. Entonces descubrí que, de hecho, esto también estaba escrito en el edificio: Nulla aesthetica sine ethica (No hay estética sin ética). Inspeccioné el edificio más de cerca y me di cuenta que era la escuela de Música de la Reina Sofía, establecida en 1991 por Paloma O’Shea para proporcionar a los jóvenes músicos españoles una sólida formación artística. Descubrir uno de los principios fundamentales de nuestro trabajo en Tristán en las paredes de una escuela de música no sólo es un maravilloso ejemplo de sincronicidad, sino también un rayo de esperanza. Como un rayo de luz, enviado por Apolo.
Sabine Leitner